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escribir una casa

La perspectiva histórica puede ponernos a salvo de la angustia. Es cierto que también puede sumirnos en la más profunda, pero el ser conscientes de que al fin todo es cuestión de ciclos nos libera de toda prisión de eternidad. A gusto me he quedao. El imperio romano conoció su último día en Constantinopla y también lo conocerá el del capitalismo. Babilonia vio reducida a relatos su frondosa vida y otras ciudades hoy poderosas correrán la misma suerte. De este conocimiento, y del instinto de supervivencia, a veces surgen ideas originales, que es bueno comentar. La ciudad de Detroit (Michigan, Estados Unidos) fue hasta hace unos pocos años una enormidad industrial con pies de automóvil, observa como la industria cae, tambaleada por alguna de las crisis y las importaciones -es conveniente que el culpable venga de afuera-, y sus habitantes se ven forzados a buscar otros horizontes que les permitan pagar los « bills ». Si en 1950 la población era de 1.850.000 habitantes, en 2012 la cifra se redujo a unos 706.000. Como consecuencia, Detroit fue la primera ciudad estadounidense en declararse en bancarrota, debido a la enorme deuda acumulada, aceptada como impagable.

Suele suceder que es necesario tocar fondo para comenzar a remontar.

Durante el mismo año de la bancarrota, un grupo de escritores y activistas de la ciudad tuvo una idea : convocar a vivir en Detroit a poetas, escritores y otros artistas de la palabra, a cambio de una casa. En propiedad.

No se trata de un proyecto inmobiliario, ni de dar legalidad a un exceso de viviendas construidas durante una burbuja pasada y que les queman en las manos. Write a House es un proyecto popular, sin capitales detrás, que tiene por objetivo mejorar dos aspectos del mundo. Por un lado, rescatar y renovar casas abandonadas por quienes dejaron la ciudad para buscarse la vida en otra. Un barrio de casas vacías llama a los fantasmas. Por el otro, dar la oportunidad a personas que dedican su tiempo a la creatividad de disponer de unas horas más, las que no deberán dedicar a pagar un alquiler, una hipoteca. Cuando una casa es renovada y adjudicada, pasa a pertenecer al escritor seleccionado. En medio, varios trabajadores desempleados dejan de serlo para dedicarse a la restauración.

Desde su inicio en 2012, el proyecto Write a House adjudicó su primera vivienda en septiembre de 2014 al poeta e historiador Casey Rocheteau. La ultima hasta la firma de este artículo, a la periodista Liana Aghajanian, el pasado octubre.

Es un trabajo hecho con esfuerzo, inteligencia y visión de futuro. Ingredientes escasos en los tiempos nuestros. Y una oportunidad para la ciudad, para quienes son empleados en su renovación y para los escritores que se postulan.

La originalidad del proyecto, que parece afianzarse poco a poco, se basa en la idea del apoyo mutuo. Los primeros artistas que ocupan las primeras casan llegan a un barrio casi vacío, con el aspecto del abandono post industrial, o con el de una página en blanco. Será paulatinamente, con las sucesivas adjudicaciones y con el aporte vital de quienes muchas veces dedican sus esfuerzos a la ficción, que la zona será recuperada. Al cabo qué es un barrio sino historias.

Los promotores de Write a House buscan escritores sin importar su origen, por el momento la única condición es residir legalmente en los Estados Unidos. Escribir en inglés sería otra.

A largo plazo, su idea es crear una colonia literaria en Detroit, pero la meta no los ciega del camino. Las numerosas novelas que posiblemente sean localizadas en la ex capital del automóvil les darán la razón.

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Oriana Fallaci, esa mujer

Aunque es fácil caer en la tentación de creerlo, después de un primer análisis, incluso uno leve, la afirmación de que todo tiempo pasado fue mejor cae rendida a la evidencia. Pero la idea ronda nuestras cabezas, un poco porque nuestro instinto de supervivencia filtra los malos recuerdos, otro poco porque hay épicas que han muerto, luces que agonizan. Un ejemplo es la épica del periodismo, representada como por nadie por Oriana Fallaci.

La Fallaci dejó muchos moldes rotos. Fue periodista, ensayista y activista, y escribió también novela y guion cinematográfico. Fue la primera mujer enviada especial en un frente de guerra, presenció la matanza de Tlatelolco, entrevistó a Khomeini de una manera muy particular.

Oriana Fallaci nació en Florencia en 1929, la mayor de las cuatro hijas de un antifascista militante, del que claramente heredó el carácter contestatario. Oriana aun adolescente se unió al movimiento de resistencia Justizia e Libertà, contra el fascismo y la ocupación nazi de su ciudad, participando en el transporte de armas a través del rio Arno. Alguien dirá que no es el mejor antecedente para ejercer el periodismo, otro le responderé que no es lo mismo objetividad que ceguera.

Al periodismo llegó por casualidad, que es una de las armas preferidas del destino. Su tío Bruno, también periodista, la colocó en un periódico cristiano, en el que se ocupaba de secciones de segundo orden, y del que fue despedida por negarse a escribir una nota favorable a Palmiro Togliatti, secretario general del PCI.

Promediando el siglo, decidió mudarse a New York, donde escribió sobre los hechos de la farándula, al estilo Capote. De ese periodo es fruto su ensayo publicado con el titulo de I sette pecati de Hollywood.

Su siguiente libro, Il sesso inutile, un reportaje sobre la situación de la mujer en Oriente, fue su primer gran éxito, y sigue siendo un referente sobre el tema.

Oriana Fallaci, como dijimos, fue la primera mujer enviada especial a una guerra ; trabajó como corresponsal para el periódico L’Europeo en el conflicto de Vietnam, país con el que la unió una relación intensa, al que regresó varias veces y sobre el que escribió el libro Niente e così sia, publicado en 1969.

En 1968, Oriana estaba presente en la Plaza de las tres Culturas, en México, durante una manifestación de protesta contra la intervención de la UNAM por el ejército ; una vez más la represión, que hoy se recuerda como la Matanza de Tlatelolco y de la que no se conoce el número exacto de asesinatos, una ráfaga de metralleta alcanza el cuerpo de Fallaci, que es considerada muerta y trasladada con otros cadáveres a la morgue.

En 1973 Oriana Fallaci conoció a Alekos Panagoulis, líder de la resistencia a la dictadura griega, y se convirtieron en pareja hasta la muerte de él, tres años más tarde en un sospechado accidente. A partir de su relación con Panagoulis, Oriana escribió su novela Un uomo, la publicación más difundida de su obra narrativa.

La entrevista fue su punto fuerte. Nombres fundamentales de diversas actividades se sentaron frente a Fallaci, entre otros Golda Meir  Yasser Arafat, Federico Fellini, Indira Gandhi, el Sha de Irán Mohammad Reza Pahlevi, Henry Kissinger, Deng Xiaoping, Willy Brandt, Sean Connery y el dictador libio Gaddafi. Pero la entrevista que tuvo más repercusión sin duda fue la que hizo al ayatollah Khomeini. Durante la entrevista, Oriana llamó en su cara dictador a Khomeini, y se quitó el chador que le habían obligado a colocarse para la entrevista. El dictador religioso la utilizaría como una imagen de como no deberían comportarse sus congéneres, sin mencionarla, se refería a ella como « esa mujer ».

Desde 1990 volvió a New York, luego de la publicación de su novela Insciallah, y dedicó su tiempo a la escritura de una nueva novela -una saga familiar desde 1773 hasta 1889, que duraría toda la década, y que quedaría suspendida  por el atentado del 11 de septiembre de 2001. En los artículos posteriores al atentado, Fallaci denunciaría lo que entendía como un intento de islamizar Occidente, con bases en los mandatos del Coran.

Oriana Fallaci, que había sido diagnosticada de cáncer de pulmón en los años noventa, regresó a su Florencia natal para morir, lo que sucedió el 15 de septiembre de 2006.

Luego de 77 años de vida, convicciones y trabajo, Oriana Fallaci dejó una bien nutrida obra, y un sólido ejemplo de periodismo, un estilo que bien nos haría en estos años de flaqueza moral y a menudo intelectual.

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lenguaje y respeto

En este país bendito, dejado de la mano de dios y a veces ahogado por de la de los hombres, vivimos una irrealidad de modernidad, diseño, vanguardia. Nos creemos los más coloridos, los más innovadores, los más “futuro venturoso”. Pero la verdad es que cargamos, seguimos cargando, con una piedra enorme, pesada, de la que parece que no nos pudiéramos deshacer. Esa piedra nos retiene el pensamiento, nos impulsa a juzgar al vecino, nos hace creer en espejitos -hoy trapitos, loguitos- de colores, nos convierte en simples de no retorno. ¿Ustedes se dieron cuenta de que la publicidad en este país bendito es para infradotaditos? ¿Han escuchado los diálogos imbéciles con los que nos quieren vender en las radios yogures, fajas, filtros de agua, seguros de bicicletas? ¿Se han fijado en las historias burdas de las publicidades de televisión? Ni siquiera utilizan con nosotros la sexualidad subliminal, porque en el fondo saben que somos unos reprimidos. Y saben también que somos un poquito infradotados; antes pensaba que los cortos de entendederas eran los publicistas, deducción directa de la calidad de sus publicidades, pero después me di cuenta de que no, de que éramos nosotros, porque los tipos se juegan los cuartos cada segundo de televisión que nos hablan, y ellos no son parte de la masa de compradores por cuenta ajena. Estamos enzarzados desde hace años en discusiones superfluas pero sin dialogar sobre ningún tema. ¿Ustedes llegaron a un acuerdo con alguien alguna vez a través del insulto o de la descalificación? Nunca, ¿verdad? Es así como funciona. La roca que no deja ver el mundo de detrás. La roca que impide levantarse y avanzar. ¿No la sienten? Durante cuatro décadas la regaron y creció, y se arraigó. Sé que parece absurdo, que la imagen tiene un estilo Monty Python, pero es lo más parecido a la realidad, que también parece su creación, a veces. Miren si no los ejemplos que tenemos, cómo son los que nos representan. Corruptos, ladrones, insensibles, mentirosos. ¿Quién es capaz de asumir una moral en este merdé? Personalmente, me cuesta cada vez más. ¿Yo tengo que atenerme a unas reglas que los que mandan se pasan por el forro? ¿Ustedes tienen que respetarlas? ¿Por qué? ¿Y por qué, estimado Blasco, nos viene a decir esto a estas horas, con lo tranquilos que estábamos y toda la navidad por delante? Como a veces sucede, por un cabreo. Un cabreo como una catedral que tuve hace unos días, y que tenía que dejar que se asentara. El cabreo viene de la idea que tiene la sociedad, es decir, nosotros, de mi profesión, del periodismo. En realidad, el motivo es lo que estuvimos haciendo todos estos años para que la sociedad, recuerden, nosotros, tenga esta idea. Hace años ya que el periodismo agoniza de diversas muertes naturales. La primera es la empresa, que parece tan necesaria como incompatible con esta profesión. Una empresa, por definición, tiene por objetivo el beneficio, hacer caja. La pasta, para hablar claro. Y muchas veces lo que deberíamos decir choca de frente con ese afán. Un pequeño anuncio que te pone la gran tienda española del triangulito verde y quince o veinte empresas que ya no debes ni siquiera mirar, porque a la que las miras un poco ves la mierda que sale de sus actos. Un anuncio que te ponga el ayuntamiento de Villacenizo del monte y ojo con cuestionar al señor alcalde, que se cabrea y nos retira el anuncio de la fiesta del chorizo ibérico, y las cuentas no dan. El otro mal es el de la piedra. Durante todos estos años, los cuarenta más los cuarenta siguientes, como temía Sacristán en aquella película en la que todos nos vimos un poco, hemos mamado escalafón, jerarquía a respetar, mando y obediencia. Y de ahí viene que muchos periodistas de hoy, que crecieron en la idea jerárquica, confundan su profesión con la del juez, o con la del chivato, o con la del cortesano. Incluso con la del soldado, que actúa según las órdenes del superior, y cree que no es responsable de nada. Estamos ciegos. Los periodistas y la sociedad que nos parió. No hemos sido capaces de crecer y de hacernos cargo de nosotros mismos. No hemos sido capaces de mirar atrás, y saber dónde enterraron nuestros abuelos paternos a nuestros abuelos maternos. No somos capaces de mirarnos al espejo y preguntárnoslo. Y seguimos tratándonos como a imbéciles. Y disculpen la vehemencia de las palabras, son hijas de la decepción que reverdece. Porque ni siquiera sirvió esperar a que se muriera aquel de la voz penosa, ni esperar a que los jóvenes tomaran el lugar de los viejos, porque la paciencia no trae otra cosa que más paciencia, y menuda leche mamaron los jóvenes, que ahora son los viejos que nos mandan, y que siguen utilizando los mismos trucos, miren aquí que les meto la mano allí. Seguimos respondiendo al mandato antiguo, no pienses, no razones, obedece, odia a tu vecino. Disculpen la vehemencia y el rollo que les he soltado con la excusa de la editorial y toda la pesca. Espero compensarlo con Luis Eduardo Aute y La Belleza, una declaración de principios que sí me representa. Vamos a jugar a la radio, bienvenidas todos. Click aquí.

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Joan Salvat Papasseit, mestre d’amor

Si quisiéramos aproximarnos a lo que era la vida por los inicios del siglo veinte, solo podríamos a través de la documentación, y de lo que provoca en nuestra imaginación. Otras influencias habría, es cierto, pero allá cada quien. A mí se me hace frio y en penumbras, incluso en los tiempos felices. Y húmedo, según sea el personaje que lo evoque.

No sé si la condición de poeta tendrá alguna relación con la tuberculosis, pero la humedad, el frio y la pobreza sin duda la tienen, y Joan Salvat Papasseit nació en 1894 en una Barcelona que tenía todo para llevarlo por el camino de la tos. Huérfano de padre carbonero, muerto en el buque Montevideo que hacía el trayecto Barcelona- Cádiz cuando tenía siete años, Salvat creció en el asilo naval, sin apenas asistir a la escuela, y se vio obligado a trabajar desde adolescente.

No demoró mucho en acercarse de manera simultánea a dos de sus pasiones más importantes: la palabra y la militancia. Salvat Papasseit se afilió a la Juventud Socialista Barcelonesa, y empezó a escribir en las revistas de la organización Justicia Social. En Sabadell Federal, publicaría por entregas las Glosas de un socialista, en 1916. También tuvo ese año su primera experiencia carcelaria; a causa de un artículo suyo publicado en Los Miserables, titulado “Un pueblo: Portugal », fue condenado a dos meses y un día de prisión. Al salir, comenzó a trabajar en la sección de librería de  Galerías Layetanas, espacio donde tuvo la oportunidad de relacionarse con otros poetas catalanes, como Josep Vicenç Foix, Joaquim Folguera y Josep Maria Junoy, terminando por convertirse, gracias al trabajo de Salvat, en un centro de encuentro de la vanguardia literaria.

La poesía de Joan Salvat Papasseit comenzaba a tomar forma finalizando la segunda década del siglo, la poesía de vanguardia que enarbolaba como grito contra las tradiciones de la burguesía, y de fondo constante la acracia como forma de vivir. El titulo de su primer poema es Columna vertebral: Sageta de foc que4se publicó a finales de 1917, ya definida la vanguardia de su poesía. El año siguiente publicó una serie de artículos políticos escritos en castellano bajo el titulo Humo de fábrica.

En 1918, dos hechos definitivos en su vida: su matrimonio con Carme Eleuterio, después de seis años de noviazgo, y la enfermedad: le fue diagnosticada tuberculosis. Con el diagnóstico, entraron en su vida los sanatorios, los médicos y la conciencia del límite.

En julio de 1920 publicó el manifiesto Contra els poetes amb minúscula. Primer manifest futurista català. Su ideario vigente por entonces funde catalanismo y vanguardismo; él mismo gustaba de definirse como “poetavanguardistacatalà”.

En abril de 1921 publicó su segundo libro de poemas, L’irradiador del port i les gavines. Por una recaída  fue ingresado en el sanatorio de La Fuenfría, cerca de Madrid; durante su internación escribió los poemas que formarían su tercer libro, Les conspiracions. En este libro desarrolla sus ideas independentistas más radicales, y propone para Catalunya una solución similar a la de Irlanda, independiente desde ese mismo año.

El 7 de agosto de 1924, Joan Salvat Papasseit muere finalmente, de tuberculosis, con treinta años. Poeta hasta el último instante, debajo de la almohada guardaba unos poemas que serían publicados con el título de Óssa Menor en 1925.

La obra de Joan Salvat Papasseit permanecería poco menos que ignorada durante décadas, hasta que en los años sesenta fue reivindicada por algunos cantantes provenientes de la Nova Cançó, en discos dedicados íntegramente a la obra del poeta, entre ellos destacados los de Ovidi Montllor y Joan Manuel Serrat.