bio

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Esta página la escribo yo, ¿para qué nos vamos a engañar? Cuando el diseñador web me pedí unas líneas me sugerí que se las pidiera a alguien cercano. ¿Quién más cercano y con menos perspectiva que uno mismo?
Pero hay algunos hechos objetivos. Van algunos ejemplos.
Nací. La primera vez promediaba el invierno del 66 y Buenos Aires se volvía a acomodar a los modos militares, esa vez subrayados por el ralo bigote de Onganía.
La infancia la pasé aprendiendo, en casa, en la Plaza Irlanda, delante de la tele, en la cena, de mis padres, de mis hermanos, de mis compañeros. Y por la mañana iba a la escuela. La Peña, para ser más exactos, un edificio amplio y majestuoso poblado por seres chatos y mezquinos. Esos eran los mejores, después estaba el director, Señor Testini. Con seis años no podía darme cuenta de que el hombre tenía ciertas afinidades castrenses, digamos rígidas. Pero como en los detalles está el estilo, pasé por ese tamiz mugriento que se corporizaba en una hoja de papel que medía el límite entre la aceptación y la deshonra, si el pelo llegaba a rozar el cuello de la camisa. Sí, a los seis años camisa. Y corbata.

Es lo que uno vive y es lo que toma como lo normal, aunque el traje le siente incómodo, le tire por todos lados. Y fue justamente ese uno de los motivos de que el embrujo terminara, cuando el señorcalvo, harto tal vez de mi caligrafía o de los deberes por hacer o de un manchón de su vida en una página con la cara de belgrano con su manaza izó mi cuaderno Estrada y me lo arrojó con sinceras intenciones de darme en la cabeza, que estaba cuatro filas más allá de su rabia.
Pero sobreviví con bastante dignidad, al arrojo del señorcalvo y a la verticalidad de la escuela, aunque debo reconocer que a veces.

El resto del tiempo, como dije, crecía. Tenía una bicicleta, tenía un mejor amigo, Javier, tenía otros buenos amigos, Guillermo, Alejandro, Martín y Esteban, Sergio, y otro grupo de circunstantes que eran útiles para jugar partidos de fútbol que sólo terminaban con el gol número 12 o con la baja forzoza de jugadores llamados por sus madres a cenar. Algunas veces, ni siquiera la falta de luz nos ahcía dejar de correr por la plaza intentando descifrar una forma redonda en la oscuridad. también tenía una vecina, que ahora goza de una modesta fama, y una terraza que era inmensa, y una pesadilla de mis padres regulando el motor a las cuatro de la mañana. y un perro, de nombre pituco: Rocke, que fue el solaz de mis horas en casa, motivo de orgullo entre los del barrio y constructor de mis afectos.

Después vino la secundaria, no sé bien por qué caí en el Urquiza, y ya me quedé por inercia, y porque uno prioriza otras cosas antes que la formación, al igual que los profesores.
pero ahí crecieron los primeros aprendizajes de amistad, de compañerismo, de injusticia, de soledad,de esa cosa rara que nos pasa delante de algunas chicas, y de esa otra cosa rara que nosa pasa delante de casi todas las demás chicas. Aunque aquello haya sucedido hace tantos kilómetros y tantos años, conservo amigos largos, nombres que son apoyos cuando la brújula se desorienta, Damián, Lisandro, Adrián.
Curiosamente, por aquel entorno la literatura podía ser un camino de espinas afiladas, no recuerdo los nombres de las profesoras ni de los escritores que consiguieron hacer de un arte tortura, salvo uno, un cuento, de título ‘El Pozo’, que estaba situado durante la guerra de la Triple Alianza, y que debía de estar muy bien escrito porque lo viví sediento. Pero en general, poner palabra tras palabra buscando quién sabe qué era para mí uno de los absurdos más inexplicables, el segundo, detrás de la matemática. No digo que mi pensamiento de hoy, contrario al de aquél pánfilo, sea el acertado, pero sigo asombrándome con mi propio cambio. Debo también pedir disculpas, aprovechando la ocasión, a Repetto,  a Linskens y a Fesquet, que no tenían la culpa de mi distracción: la matemática también terminó transformándose en una maravilla.
La cuestión es que no se me ocurrió escribir una línea hasta que no dejé la escuela. Por fortuna ya me había cruzado conseres que me habían hecho disfrutar de las palabras: Twain, Bradbury, Verne, y de otra manera María Elena Walsh, Facundo Cabral, Serrat, Cortés; y fue justamente a este a quién usé como excusa cuando un amigo me preguntó que escribía, sentado en una carpa en Valeria del Mar: una canción de Alberto Cortés, dije. Mentira, claro, era mi segundo poema, no más orpe que el último, que intentaba ajustar a una canción de Serrat: Menuda. Como entonces no hablaba catalán, y como siempre fui un tipo de suerte -visca la flor!-, mi poema poco tiene que ver con la hermosa letra de Serrat, y nadie podría acusarme de plagio. De homenaje, sí.

Ya a solas en mi habitación, la vergüenza desapareció y seguí escribiendo. El tópico dice que es para conquistar a las chicas y, como casi todos los tópicos, es cierto. Pero el tópico, como casi todos, también es falso y no garantiza ningún grado de éxito. Mi caso.

Como haya sido, las palabras comenzaron a fascinarme. El poder que tenían esas musas, cómo eran capaces de alterar los circuitos de mi cerebro, de descubrirme caminos y de iluminar ideas era el asombro de aquella época, y sigue siéndolo.

No son muchos los escritores que se han ganado mi admiración: Kundera, Bioy, Atxaga, Cortázar, Costantini, García Márquez, Pennac, Giardinelli, Dostoievski, Vazquez Montalbán, Monzó, Camilleri, Marsé, Salvat, Benedetti, Berti, Unamuno, Manzi, Barril, Hernandez, los dos Castillo, Martinez, Vicent, Discépolo, Martí i Pol, Lorca, Pessoa, Machado, Fernan Gómez, Felipe, Girondo, Expósito, Gelman, Boccanera,
Bueno, sí, son muchos. Sospecho que mi admiración radica en que además de disfrutar con sus textos despiertan en mí el elefante dormido y lo vuelven necesidad urgente de una de las pocas cosas que me apasionan: escribir.
El elefante de escribir comienza a moverse poco a poco, y a medida que pasan las horas cada vez más, y va definiendo su camino mientras gana en velocidad y al poco tiempo es una carrera imparable que arrasa con todos los elementos de la vida, que se impone a las prioridades, que rebusca cada pequeño conjunto de minutos adecuados para sentarse y dejarse ir sobre el teclado.
El hecho de que haya provocado este encuentro con vos es un importante añadido.

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Fernando Blasco 

Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1966. Residió en Barcelona de 1991 a 2012, actualmente vive en Paris.

Es Periodista y Locutor formado en el ISER, Buenos Aires. Trabaja como profesor en la Université Cergy Pontoise. 

Ha trabajado como Profesor del curso Introducción a los Medios de Comunicación de la Universidad de Granada. ESPAÑA.

Ha dirigido y presentado el programa El tren en Ràdio Ciutat de Badalona, entre los años 1994 y 2011; y el programa Late un corazón, 2012.

Ha estrenado las obras Habitat, Buenos Aires, 2009 y Carrer dels Enamorats (en catalán), Barcelona, 2012.

En 2016 puso en marcha kb94 Lit&Jazz, dedicada a la música y la literatura en castellano.

Obras literarias publicadas: 

Los suicidas van al cielo (Novela) Piso 12, Buenos Aires, 2001

Padre Santiago (Novela) Piso 12, Buenos Aires, 2003

Al sur del cielo (Novela en blog)

Pasos (Poemas) Polisemia, Barcelona, 1997

Transatlánticos (Poemas, antología grupal), Consulado Argentino, Barcelona, 2011

Las demás estrellas (Novela) Polisemia, Barcelona, 2013

Y hace muchos más que te olvidas de mi. Poligamia, Paris 2015

Obras estrenadas: 

Carrer dels Enamorats (Teatro) Sala Cincómonos, Barcelona, 2012

Reconocimientos 

– Premi de poesia Laureà Mela (Mataró) – Mención

– 6º premio de poesía “José María Valverde” – Accésit – (CC OO de Catalunya) Barcelona

– VII Festival de poesia de Girona. Publica tres poemas en Singulars d’un plural. 

  • V Certamen Internacional Contextos de Relato Breve. Segundo premio. Buenos Aires.
  • Finalista premio de novela Contacto Latino, 2014
  • Segundo lugar premio Literaula, 2017
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